Breve
reseña de la crisis financiera estadounidense del 2008.
Por
Eduardo Giles.
En el periodo
del 2001 al 2005, la banca privada estadounidense otorgó de manera
indiscriminada al público, préstamos hipotecarios convencionales con tasas
fijas de interés y préstamos ARM¨s (Adjustable Rates Mortgages) con
tasas variables al alza, para la adquisición de viviendas, ambas variantes concertados
a mediano y largo plazo. En no pocos casos, las instituciones prestamistas (lenders)
y corredores de bienes inmuebles (brokers) omitieron verificar a cabalidad
la capacidad real de amortización de sus distintos clientes, beneficiados
específicamente con las líneas de crédito ARM´s. El binomio lenders/brokers paso por alto el debido examen
de los respectivos records de crédito de los adquirentes de
casa-habitación, tan importantes en Estados Unidos. En esas condiciones de alta
flexibilidad inducida por lenders y brokers, probablemente se aprobaron
alrededor de 3 millones de solicitudes de préstamos de alto riesgo (low-doc-loans);
es decir que las personas dijeron ganar un mínimo de cien mil dólares anuales,
pero que dicho ingreso no necesariamente estaba comprobado.
Esta burbuja
crediticia generó una inusitada demanda de nuevos adquirentes de
casas-habitación y el concomitante crecimiento de la industria de la
construcción y de sus conexos, contribuyendo a que el costo de los inmuebles
experimentara de repente incrementos inmoderados. En algunos lugares de mediana
plusvalía -excluyendo los tradicionales
y exclusivos barrios de la clase social adinerada- la generalidad de las casas
diseñadas en principio para la clase media empezaron a cotizarse en el rango
casi impagable, del medio millón de
dólares para arriba.
El alto precio
de las casas nuevas se propagó rápidamente al resto del mercado inmobiliario
encareciendo sin fundamento las casas usadas y modificando también el avalúo
catastral (Ad Valorem Tax), aumentando
de facto los impuestos prediales por el uso urbano de la tierra.
La distorsión
alzista conjunta inmobiliario-hipotecaria in crescendo fue la causa de
que, a inicios del 2006, innumerables deudores
no pudieran asumir los pagos e intereses mensuales indexados cada
vez más caros de sus respectivas deudas, más los costos extraordinarios del
impuesto fiscal. En condiciones de apremio, muchas personas tuvieron que
refinanciar sus préstamos suprime, incrementando sus hipotecas en
cantidad y ampliando el plazo de
amortización de 20 -que era el promedio- hasta 40 años.
Desafortunadamente
hubo también muchos clientes morosos que no pudieron renegociar a tiempo sus
hipotecas -y en bancarrota declarada de
facto- perdieron sus propiedades y ahorros patrimoniales, pasando a
engrosar la temida y larga lista de reclasificación del Buró de Crédito. Estas
personas quedaron por consiguiente imposibilitadas para adquirir otra propiedad
a través de un crédito bancario, en un lapso de cuando menos siete años. Entre
el segundo semestre del 2006 y el primer semestre del 2007, los bancos
acreedores embargaron una gran cantidad de casas nuevas y usadas con pagos
vencidos, mismas que habían sido adquiridas menos de cinco años atrás.
De forma
simultánea, la demanda de casas-habitación disminuyó drásticamente, desacelerando
de paso la dinámica que se había observado en la industria de la construcción y
en el suministro de insumos en ese sector. A esta contracción siguió un aumento
de hasta 9 por ciento del nivel de
desempleo en la industria de la construcción y de 6 por ciento para los demás
componentes de la economía estadounidense. Lo anterior estuvo acompañado de una
sensible disminución del consumo. En muy poco tiempo la variable oferta-demanda
de bienes inmuebles fue cada vez más errática, hasta que en agosto del 2007 el
valor de las casas se depreció en 10 por ciento de su valor.
Con esta
situación, una multitud de propietarios de inmuebles experimentaron, con
ciertas variantes, una paradoja absurda e injusta; por ejemplo, compraron una
casa de medio millón de dólares, pero a los cuatro o cinco años tuvieron que
renegociar su deuda por digamos seiscientos mil dólares. Entonces, con la
contracción del mercado inmobiliario, el valor nominal de su casa, se redujo a
cuatrocientos mil dólares, sin que por ello se modificara la deuda de seiscientos mil dólares más intereses, es
decir se configuró una auténtica amortización negativa.
Con el lastre de
una multimillonaria cartera vencida y de una demanda casi inexistente de
compradores de casas, los bancos y las sociedades financieras acumularon un
caudaloso e inoperante capital pasivo, experimentando ingentes problemas de liquidez,
para seguir financiando a los otros sectores industriales, manufactureros,
comerciales, agrícolas, textiles y de servicios de la economía estadounidense.
Entre agosto y
septiembre del 2008 se contrajo de forma abrupta la disponibilidad de crédito,
que constituyó la causa primordial de que algunos de los bancos más
emblemáticos de los Estados Unidos de América (EUA) se declararan en quiebra y
que más tarde con la aprobación de las autoridades de la Reserva Federal (FED)
fueran reabsorbidos por instituciones más poderosas, como ocurrió con el
Northon Rock restructurado por la misma FED, el Indy Mac Bank que colapsó,
Golden Sachs y Morgan Stanley que declararon déficits de magnitud, así
como Lehman Brothers, Bears Steams y otros que se fusionaron para no declarar
su virtual bancarrota.
De esta manera,
el Bank of América adquirió al Merrill
Lynch y después al Countrywide Financial, mientras que WellsFargo compró
al Wachovia y el J.P. Morgan Chase Bank se quedó con el Washington Mutual, al
mismo tiempo que anunciaba una reducción de los intereses de hipotecas de sus
clientes atrasados con sus pagos. La compañía aseguradora AIG fue rescatada
también por la Reserva Federal.
Esa inusitada
reestructuración bancaria repercutió negativamente en los mercados financieros
de Europa, China, Japón y otros países, por el complejo entramado de las
instituciones precitadas con sus homólogos en el exterior, así como por los
imparables índices a la baja del Dow Jones, indicador del mercado bursátil en
Wall Street. Así, en “dominó” Gran Bretaña tuvo que inyectar alrededor
de 500 mil millones de libras esterlinas para subvencionar las pérdidas del
Bradfor & Binsley Bank y de otras instituciones financieras inglesas,
mientras el gobierno de España tuvo que ayudar al Banco Santander. Otros países
europeos como Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Alemania e Islandia enfrentaron una
situación semejante en donde la banca central se sintió obligada a solventar a
los bancos y sociedades financieras de esos países afectados por la globalizada
crisis norteamericana.
Por otra parte,
la amplitud de la crisis inter-bancaria, conllevó a recortes importantes de
personal: la compañía American Express disminuía su fuerza laboral en 7,000
empleados, Motorola despedía a 3,000, Barclays a otros 3,000, Bank of América
despedirá hacia finales de este año a 7,000 personas, Goldman Sachs a 3,000 y
en el extranjero el poderoso Commerzbank anunciaba un recorte de personal de
9,000 personas, mientras Credit Suisse despedía a 1,600 empleados.
Para el 7 de
septiembre del 2008, la incontrolada inestabilidad financiera había alcanzado a
las dos principales sociedades financieras del país, que respaldan las
operaciones fiduciarias de la mayor parte de los bancos estadounidenses; Fannie Mac (Federal National Mortgage
Association) y Freddie Mac (Federal Home Loan Fannie Mortgage
Coorporation) que declararon pérdidas superiores a los 15 mil millones de
dólares.
Como respuesta
tardía al colapso de la banca estadounidense, la administración del presidente
George W. Bush, activó prima facie el Decreto de Emergencia para la Estabilización Económica (Emergency
Economic Stabilization Act), liberando por conducto de la Agencia Federal
del Financiamiento a la Vivienda (Federal Housing Financy Agency) una
ayuda extraordinaria de cerca de 180 mil millones de dólares para el rescate financiero de estas dos empresas y
para el apuntalamiento de otros bancos estadounidenses. Sin embargo, dicha
primera medida de rescate en lugar de crear un clima de confianza en la
comunidad mundial, fue interpretada en los mercados financieros
internacionales, como un irreversible síntoma de debilidad de la principal y
todavía la más competitiva economía del mundo.
Entonces se
produjeron en cascada reacciones de pánico en los mercados bursátiles
doméstico e internacionales, con una vertiginosa declinación de cotizaciones
ante la amenaza del inefable fantasma de una recesión económico-financiera
estadounidense, que se consideraba como precursora de una amplificada recesión
mundial. El capital bursátil, caracterizado por su alto grado de volatilidad,
apanicado buscó refugio como siempre en las divisas fuertes como franco
suizo, dólares, y en el yen japonés, así como en compras de oro, confirmando
aquella fórmula conocida en los mercados como switch from bonds to stocks.
De manera
colateral a esta debacle financiera se observó que a nivel mundial, la
inversión extranjera directa se restringía, el comercio internacional declinaba
y surgía una creciente especulación de divisas y de derivados a futuro. En
octubre del 2008, se observó diariamente un comportamiento casi caótico en los indicies
de la bolsa de valores de los mercados internacionales, coincidente con la
persistente baja de los precios de referencia del petróleo.
Ante este
panorama, por decreto el presidente Bush obtuvo, el primero de octubre del
2008, la aprobación, ante las cámaras legislativas de su país, de un segundo
paquete de rescate financiero por 700 mil millones de dólares para el sistema
financiero estadounidense. Sin embargo, los inversores de capital reaccionaron
otra vez con reservas, toda vez que indudablemente la erogación extraordinaria de esa cantidad
significaba un incremento de la deuda nacional norteamericana, medida ahora en
trillones de dólares. Además de haberse generado un déficit fiscal federal para
2008 que excederá los 455 mil millones de dólares, lo que representa 3.2 por ciento del GDP de
Estados Unidos.
El presidente
Barack Obama heredó una economía de recesión, agravada por el elevadísimo
costo de la guerra desastrosa en Iraq y Afganistán, por la
caída constante de los precios de referencia del petróleo, por una inestable
tendencia a la baja de las tasas de créditos, con una deuda nacional (federal
budget fiscal) inmanejable, con una economía deprimida de 0.3% (al tercer
trimestre del 2008), por la reducción del consumo y con el ineludible compromiso de otorgar, pensiones,
seguridad social, Medicare y Medicaid y demás servicios para los primeros
cientos de miles de jubilados de la
generación de los “Baby Blomers”. Se calcula que en los próximos 15 años
habrá alrededor de 17 millones de pensionados de esa generación.
Las
repercusiones de esta crisis internacional hacia México pueden resumirse en;
una contracción de la inversión privada directa, una reducción de las
exportaciones (particularmente la exportación de alimentos) al mercado
estadounidense, toda vez que el comercio exterior de aquel país se redujo en 1
por ciento del PNB, una disminución del envío de remesas del doce por ciento en
septiembre-octubre del 2008 y por las presiones constantes sobre el tipo de
cambio. Prácticamente durante las últimas dos semanas de octubre de ese año, se
pudo contener la devaluación del peso frente al dólar estadounidense con la
subasta diaria de millones de dólares que hizo el Banco de México en desmedro
de las reservas internacionales. El presidente Felipe Calderón subrayó la
adopción de medidas anticíclicas para contrarrestar los efectos negativos,
concretamente con una mayor inversión
pública en infraestructura.
Por lo que
concierne a una variante del
endeudamiento financiero en México, algunos economistas subrayaron el problema
que representa -en estos momentos cruciales de
incertidumbre frente al futuro desarrollo de la crisis financiera internacional
y de su futuro impacto en México-, el uso inmoderado de las tarjetas crédito y advierten que las
elevadas tasas de interés del 41 por ciento o superiores contribuyen a
distorsionar en forma irreversible el patrimonio de cientos de miles de tarjetahabientes.
Ante este fenómeno de fácil endeudamiento que ya refleja un índice de morosidad
del 9.2 por ciento del total, los
expertos aconsejan restringir el gasto
con las
tarjetas de crédito y concentrarse en el
fomento al ahorro.
Precisamente la
crisis financiera constituyó el tema predominante de los líderes europeos que
se reunieron en Paris, el 12 de octubre del 2008. Después del 18 al 19 de
octubre, el presidente de Francia, Nicolas Sarkosy y el Presidente de la
Comisión Europea, José Manuel Barroso, se entrevistaron en Washington con el
Presidente George W. Bush, con el aparentemente único propósito de encontrar
una solución apropiada al problema financiero que entró en un ciclo global
recesivo. Indudablemente los dirigentes
europeos seguramente se cuestionaron sobre la incapacidad de la administración
de Bush para prevenir la dimensión y
repercusiones de la crisis.
En la XVIII
Cumbre Iberoamericana, que se celebró del 29 al 30 de octubre en El Salvador,
el presidente Felipe Calderón propuso un proyecto encaminado a la reestructuración
de nuevos mecanismos para prevenir en el futuro eventos de esta magnitud. Algunos analistas económicos y líderes
políticos han comenzado a formular hipótesis sobre el agotamiento del modelo
neoliberal del capitalismo preconizado, precisamente por los junkies y
de la necesidad de instrumentar un nuevo ordenamiento de flujos de capital,
medidas de alerta temprana, candados y estricta supervisión de los mercados
financieros en referencia a esta paradigmática e incontenible reversión
económica mundial.
En la reunión de
Jefes de Estado y de Gobierno del G-20
junto con el FMI y el Banco Mundial
celebrada el 15 de noviembre en Washington, se buscó un consenso entre
los países industrializados y economías emergentes para solucionar la crisis financiera internacional y de ahí salieron algunas
recomendaciones propositivas.
De lo
anteriormente expuesto pueden extraerse algunas conclusiones e interrogantes:
De inicio cabría
preguntarse, qué tan profunda y duradera será esta recesión económica que
combina desinflación con estancamiento. Quizás eso depende en parte del tiempo
relativo que tarde la reestabilización de los precios del mercado inmobiliario
y del “back on track” de la economía en general. Asimismo también persiste la duda de hasta
donde se puede sostener la reducción de las tasas de interés a corto plazo
impulsadas por el gobierno estadounidense
y cómo influye esto en la curva del crédito al consumo.
Lo más importante
es saber ahora, cuáles fueron los efectos psicológicos en la población que fue afectada por esta crisis. En síntesis cómo se
va a restituir la confianza en el sistema neocapitalista de aquellas personas
que perdieron su patrimonio familiar o de las 760,000 personas que quedaron
desempleadas. Al respecto cabe parafrasear una aseveración reciente de Benjamin
Friedman relacionada con el sentir de su pueblo, cuando dice que observa un escepticismo
y la subestima moral de la población a nivel nacional y formula una pregunta
digna de reflexión; “esa crisis actual marca el final de una era económica y
después una lenta recuperación, pero bajo qué condiciones”.
Por supuesto, no
debe soslayarse la supervisión de las certificadoras de emisión de bonos
hipotecarios o de otra índole. Se
necesitará probablemente de un ombudsman
ad-hoc para ello, toda vez que algunos críticos subrayan el papel
predominante que desempeñaron estas certificadoras en la distorsión del mercado
bursátil.
Quizás esta
inflexión lleve hacia una renovación de los Acuerdos de Bretton Woods adoptados
en 1944, inaplicables a las condiciones actuales de la economía y finanzas
internacionales.
Conviene
resaltar para concluir el sentido crítico y formativo de opinión de los medios
de comunicación frente al flujo instantáneo de información característico de la
globalización.
.
Fuentes
bibliográficas;
Cardeño,
Roberto, Sección Política, La Jornada.- Cardoso, Guillermo, La Política,
Unomasuno.- Castillo, Laura, Reforma.- Cázares, Martha, Reforma.- Esquivel,
Mario, Crisis Financiera, La Jornada.-
Quintana, Enrique, Opinión Financiera, Reforma.- Vainer, David, CANADI,
“Una casa, la inversión más segura en momentos de crisis”. Milenio- John W. Schoen, msnbc.com,- Nigel
Gault de IHS Global Insight,- Marty Wolk, Bussiness Director, msnbc.com,- Paul Ashwort, Capital Economist, Associate Press,- Robert J. Samuelson,
newsweek.com
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